Cuando el rey Herodes oyó esto, se turbó, y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a todos los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo, y les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea… Luego, Herodes llamó en secreto a los sabios para saber de ellos el tiempo preciso en que había aparecido la estrella. Los envió a Belén, y les dijo: “Vayan y averigüen con sumo cuidado acerca del niño, y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a adorarlo.” (Mateo 2:3-5, 7-8)
Tramas malvadas. Se avecina la muerte. Peligro sobre el niño Jesús. Con todo el poder que se había complotado contra él, ¿cómo podría escapar?
Con seguridad Dios le proporcionaría un ejército de ángeles quienes, aprovechando su invisibilidad, podrían matar a cualquiera que se acercara a una milla de distancia para dañarlo. ¿Verdad?
Pero Dios no hizo nada de eso. Al contrario, permitió que se desarrollaran los planes de los hombres malvados sin poner ninguna barrera obvia en su camino. ¿Estaba Dios durmiendo? ¿O no le importaba?
Podemos sentir la tentación de preguntar eso cuando vemos a personas malvadas que prosperan en nuestro mundo hoy, pareciendo salirse con la suya. ¿Acaso Dios no hará nada?
El nacimiento de Jesús es la respuesta de Dios. Sí, Dios sí ve. A Dios le importó tanto como para venir a este mundo como ser humano para sufrir bajo los mismos males que sufrimos nosotros, para colgar en una cruz con nuestro dolor y para resucitar de entre los muertos como vencedor de todo. Jesús prueba que al final el mal no gana. Dios es quien gana y, por eso, ganamos nosotros: porque Dios nos ha hecho su pueblo.
Señor, ayúdame cuando tengo miedo del mal, y ayúdame a confiar en ti. Amén.
Para reflexionar
¿Qué mal en particular te preocupa en este momento?
¿Qué haces cuando tienes miedo al futuro?
¿Cómo te ha liberado Dios del mal en el pasado?