Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a su mujer, pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito. Y le puso por nombre JESÚS. (Mateo 1:24-25)
¿Te das cuenta que nunca escuchamos hablar a José? Ni una sola vez escuchamos una palabra de sus labios en toda la historia del Evangelio. Pero eso no nos impide sentir que lo conocemos muy, muy bien. Lo conocemos por sus obras.
¡Mira su respuesta al mensaje del ángel! Él no se queja, no habla ni se pregunta si el sueño fue real o no. No, ni bien se despierta hace lo que el ángel le dijo: lleva a María a casa para ser su esposa, respeta su situación durante todo su embarazo y nombra al niño Jesús, tal como le dijeron que hiciera.
José fue un hombre fiel. Dios confió a su propio Hijo a su cuidado, y esa confianza José la pagó con una obediencia simple y directa. José era responsable, confiable y amoroso. Sus obras hablan por él.
Las obras de Dios también hablan por él, ¿verdad? ¡Mira la audacia de un Dios que entregó a su propio Hijo a manos de los seres humanos, frágiles y falibles como nosotros! ¡Mira el amor que llevó a Jesús a venir a nosotros, puesto a dormir en un pesebre que ya estaba eclipsado con la cruz que se avecinaba!
Nuestro Dios es fiel y amoroso. Podemos confiar en él al máximo. Él nunca nos fallará.
Señor, ayúdame a recordar tus obras y a ver en ellas lo que ellas dicen de tu corazón. Amén.
Para reflexionar
Piensa en alguien que conoces o amas. ¿Qué clase de obras hace?
¿Qué te dicen esas obras?
¿Cuáles obras tuyas muestran que el Espíritu Santo te está haciendo más y más como Jesús?