Por eso, ustedes deben orar así: «Padre nuestro, que estás en los cielos» (Mateo 6:9a).
Me acuerdo cuando era niña y jugaba en el patio de la iglesia. Mis amigas y yo corríamos y nos divertíamos. Me daba mucha sed y corría a la oficina de mi papá, el pastor, para tomar agua fría de su nevera. Mis amigas frenaban antes de la puerta por respeto, pero como estaban conmigo, se atrevían a entrar. La cultura latina suele ser así de respetuosa. Pero yo tenía el atrevimiento de entrar libremente y abrir la nevera porque era de mi papá.
¿Cómo nos atrevemos a llamar «Padre» a Dios? La respuesta se encuentra solamente en Jesús, quien nos abrió el camino para ser parte de la familia de Dios.
Gálatas 4:4-6 nos dice que Jesús vino, nació como humano, y cumplió la ley para que nosotros, quienes estábamos bajo la ley, pudiéramos ser adoptados como hijos de Dios. ¡Ahora podemos llamarlo Padre! Jesús, al obedecer hasta la muerte en la Cruz, nos abrió las puertas para ser parte de la familia de Dios.
Y no solo eso, sino que el Espíritu Santo mora en nosotros y nos da el poder para clamar «¡Abba, Padre!» (lee Romanos 8:15-16). Antes éramos esclavos del miedo y la separación de Dios, ahora somos libres para experimentar la relación íntima de un hijo con su Padre celestial.
2 Corintios 6:18 y 1 Juan 3:1 refuerzan este increíble regalo. Dios no solo nos llama sus hijos, sino que nos trata como tales. Somos amados, cuidados y parte de su familia eterna.
Entonces, ¿cómo respondemos a este increíble regalo? Orando, viviendo como hijos de Dios y amando a los demás como Cristo nos amó. Pero, sabemos que a veces fallamos. Fallamos en orar, en amar, en vivir como hijos dignos. Entonces, Jesús nos perdona, nos levanta y nos capacita una y otra vez.
Así que, ¿cómo te atreves a llamar «Padre» a Dios? Porque Jesús hizo posible que lo hiciéramos. Vivamos, pues, como hijos de Dios, confiando en su amor, viviendo en su gracia y extendiendo su amor a los demás.
Oremos: Padre nuestro, en Cristo nos atrevemos a llamarte así, porque en su sacrificio nos adoptaste como hijos. Nos capacitaste para vivir en tu amor y gracia, aun cuando fallamos, nos levantas y nos guías. ¡Gracias por permitirnos ser parte de tu familia eterna! Amén.
Para reflexionar:
*¿Cómo te atreves a vivir como hijo de Dios hoy?
*¿Cómo respondes al amor incondicional de Cristo, quien nos adoptó como hijos de Dios?