Tocar Fondo – Cristo para Todas las Naciones
Seguramente todos hemos escuchado en alguna ocasión la expresión tocar fondo. Puede ser que incluso hayamos pasado por alguna situación en la que nos hemos visto tocando fondo. Bueno, en realidad tocar fondo no es tan malo, lo malo es ahogarse. Cuando tocamos fondo siempre tenemos la oportunidad de dar una gran patada que nos impulse de vuelta a la superficie. Es verdad que a veces el fondo no parece llegar nunca y nos sentimos cada vez más y más hundidos en una caída que parece no tener final.

Sin embargo allá abajo, en lo profundo, en el fondo más oscuro, allá también está Dios, a veces lo único que está allí es precisamente Dios. El es siempre ese punto de solidez donde encontramos el lugar firme desde donde podemos remontar, desde donde podemos darnos impulso para volver a la superficie y respirar. Pero si no tenemos a Dios; ¿en qué fondo tomaremos impulso?

Somos como máquinas de pensar. En general no somos “nosotros” los que pensamos. Parecería que nuestros pensamientos tienen independencia propia y que se piensan a sí mismos. Nuestra cabeza bascula entre pensamientos del pasado que nos hacen sentirnos desgraciados e ideas de proyectos siempre inconclusos que se presentan ante nosotros como soluciones para hacernos felices, aunque nunca llegan a materializarse. Casi nunca estamos verdaderamente presentes en la mayoría de los pensamientos que tenemos a lo largo del día. Salen de nuestra cabeza, pero no los controlamos, y no los controlamos porque no estamos verdaderamente presentes. Da la impresión de que nuestra mente va por libre, que no nos toma en cuenta.

Mantenemos siempre un ruido de fondo en nuestras cabezas y desconocemos el silencio interior, el lugar secreto allí en el fondo de nuestro ser donde habita Dios. La falta de silencio interior es una enfermedad que nos arroja al ruido del mundo donde Dios no está más que un ídolo o una referencia lejana. Caemos en las garras del mundo y allí lo que cosechamos es aflicción que a veces nos hace tocar un fondo sin Dios o lo que es peor no llegar a tocarlo.

Todos los médicos saben que una buena parte de los pacientes (se dice que hasta el 75% de las consultas) no presentan ninguna enfermedad orgánica detectable. Sin embargo los pacientes se sienten verdaderamente enfermos. Se trata ni más ni menos que de ansiedad. Los pacientes se sienten tan acosados por sus pensamientos, tan oprimidos por las circunstancias de su vida que terminan por sentirse enfermos como una forma de expresar que se sienten desgraciados e inseguros.

¿Qué fondo tocamos cuando tocamos fondo?

Hay dos fondos aunque uno en realidad no está en el fondo fondo, sino que tan solo lo parece. Uno se encuentra en nuestra profundidad de verdad y otro en la superficie aunque no lo parece, este es lo que llamamos en nuestra época el “ego”, también conocido como “viejo hombre”, “hombre animal”, “hombre carnal”, “hombre natural”, o simplemente “carne”. El ego funciona de una forma muy peculiar. No deja de producir en nosotros un río de pensamientos que no podemos controlar. Notamos que de “alguna parte” fluyen una serie de ideas descontroladas que parecen salir de nuestra cabeza pero no sabemos como surgen ni por qué. El apóstol Pablo describe de forma perfecta el problema. El comprende que el pecado más que una cosa impersonal, es el mal encarnado en nosotros tomando características personales. El pecado más que una “cosa” es un “alguien”. En términos modernos lo podemos llamar; “ego”.

El Apóstol Pablo descubre este conflicto en si mismo:

…lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.

Es decir, el Apóstol hace lo que no quiere. Si esto es así, debe ser porque no es él el que lo hace sino “otro” y por eso escribe:

De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.

El pecado toma una forma personal, es como si fuese algún “otro” que mora con Pablo. En realidad ese “otro” es el “ego”, esa parte de nosotros que de forma autónoma nos controla y nos maneja de acuerdo a su propia ley.

El ego no es bueno y si toma el control de mi vida lo que sucede es que descubro esto:

que … en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
¿Quién es entonces el que hace el mal que detesto?…si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado (el ego) que mora en mí.
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.

Pero gracias a Dios las cosas no terminan ahí porque he descubierto varias cosas que son muy importantes: La primera es que quiero hacer el bien y la segunda y tercera son igual de importantes y es que… según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios.
¡No todo está perdido!, de acuerdo, veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros, pero hay alguien en mi interior que se deleita en la ley de Dios, que ama a Dios, que no solo no se deleita en el pecado, sino que lo aborrece. Es como si vivieran dos personas en mi interior como en una esquizofrenia espiritual; una, el ego es enemiga de Dios y vive sometida al pecado, otra allí en el fondo el hombre interior desea el bien y se deleita en él.

Para el ego no existe ninguna esperanza de redención. Esto es algo que muchas personas no entienden. Piensan que algún día dejarán de tener esos pensamientos e impulsos que tan culpables les hace sentir y que tan malos actos les empuja a hacer. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. Lo que percibes de Dios no lo haces con tu ego, sino con el Espíritu de Jesús que Dios te ha dado, con el hombre interior.

El ego no entiende ni oye absolutamente nada que proceda de Dios. El ego funciona con carne. Pero el hombre espiritual, el hombre interior funciona por el Espíritu. Ese hombre interior posee el Espíritu y no solo eso además posee la mente de Cristo con la que puede servir, entender y amar a Dios y a toda la creación. La mente del hombre interior es la de Cristo, es decir es Cristo mismo quien piensa en ti.

¿En qué fondo me apoyaré para tomar impulso en mi vida? Si me sustento sobre mi ego estoy verdaderamente perdido, porque este vive ajeno a todo conocimiento de la verdad, de Dios, de amor y de misericordia. Esa carne, ese ego no heredará el reino de los cielos, cualquier intento por “convertirle” a Dios es una pérdida de tiempo. No se trata de convertir ese ego se trata de vivir la vida que Dios ha puesto en nuestro interior la cual es Cristo el Señor. Allí nuestros pies pueden tocar el fondo de nuestro ser y VIVIR la vida del que vive por siempre.

¡No te desanimes!, no trates de convertir tu ego, tu hombre de carne, es trabajo inútil, déjalo morir, clávalo en la cruz, crucifícale juntamente con Cristo, no le alimentes, no dialogues con él, no le hagas religioso, de él sólo se puede esperar hipocresía religiosa. No hay nada peor para la iglesia que un ego religioso y “convertido” que se cree bueno, justo, sabio, doctrinalmente correcto y teológicamente competente. No vivas tú, es decir no vivas en tu ego, que tu ser verdadero que es Cristo por la fe tome el control. No vivas tú, que viva Cristo en ti. Que el sea completa y totalmente tu hombre interior. Vive la vida de Cristo que es el nuevo ser que Dios te ha dado. Cuando grites desesperado: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Di lo mismo que el Apóstol: Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro…

  1. 13 marzo, 2012

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