Lleno del Espíritu Santo, Zacarías, su padre, profetizó: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a redimir a su pueblo. Nos ha levantado un poderoso Salvador en la casa de David, su siervo, tal y como lo anunció en el pasado por medio de sus santos profetas: “Salvación de nuestros enemigos, y del poder de los que nos odian.” Mostró su misericordia a nuestros padres, y se acordó de su santo pacto, de su juramento a nuestro padre Abrahán: Prometió que nos concedería ser liberados de nuestros enemigos, para poder servirle sin temor, en santidad y en justicia todos nuestros días delante de él. (Lucas 1:67-75)
¿Sabes que tienes enemigos? No hablo de enemigos humanos comunes, aunque ciertamente existen. Hablo de enemigos sobrenaturales: el diablo y sus ángeles, y cualquier criatura que se opone a Dios. Esos son tus enemigos, te guste o no, porque confías en Jesús y le perteneces, y por lo tanto serás un blanco para su odio.
Zacarías habla abiertamente de este odio. Él dice que Dios está enviando a Jesús para que seamos salvos “de nuestros enemigos y del poder de los que nos odian… para poder servirle sin temor, en santidad y en justicia todos nuestros días delante de él”.
Claramente, los seres humanos comunes no estamos dispuestos a tratar con un ángel común, y mucho menos con Satanás. Tampoco podemos tratar con la muerte, “el último enemigo que será destruido” (1 Corintios 15:26). La buena noticia es que no tenemos que hacerlo. Jesús mismo ha venido a este mundo para tratar con esos enemigos y salvarnos para siempre. Dado que estamos en sus manos, no debemos temer. Podemos estar en paz y “servirle sin temor, en santidad y en justicia todos nuestros días delante de él”.
Señor, sálvame de mis enemigos y ayúdame a confiar en ti. Amén.
Para reflexionar
¿Tenías enemigos cuando eras niño?
¿Cómo te pusiste a resguardo de tus enemigos?
¿Cómo trató Jesús las cosas que te amenazaban?