Poner Orden

Si queremos disponer de orden en nuestra vida debemos comenzar precisamente por eso; por poner orden en nuestra vida, sabiendo que Dios esta ahí ahora. El orden no viene caído del cielo, el orden se construye actuando de una vez por todas con disciplina y carácter. Esto sirve para personas, sociedades y también para países enteros. Es posible que cuando éramos niños fuésemos dependientes. Es posible que nuestro entorno estuviese desestructurado. Pero del desorden en nuestra vida actual nadie es responsable sino nosotros mismos. El orden o el desorden de un país es la suma de los desórdenes particulares. Si vemos una gran piedra en el camino y nos limitamos a esquivarla pero no nos paramos a quitarla, estamos colaborando al desorden. No paramos porque tenemos miedo aun sabiendo que nuestro miedo puede costarle un accidente al que viene detrás. Pensamos que ese no es nuestro problema; ¿Acaso somos responsables de nuestros hermanos? ¡Que la piedra la quite otro! Y así sumamos desorden sobre desorden, porque no somos capaces de correr riesgos ni de quitar piedras de los caminos. Pero sin riesgos nunca saldremos del desorden. De la falta de solidaridad solo cosecharemos insolidaridad.

Tu vida puede tener orden y sentido gracias a que siempre Dios está contigo. Si respiras, le respiras a él, si ves los cielos y los árboles y los pájaros ocupando su lugar sin rechistar ves a su Hacedor, Dios está allí dándoles el ser. Si cierras tus ojos percibes en tu interior que allí está Dios, porque el es el ser de tu ser, el yo de tu yo. Esto no hay que comprenderlo, hay que saberlo, hay que ser consciente de ello. Dios es un Dios de orden, que siempre pone las cosas en el lugar que les corresponde.

Una de las peores cosas del desorden, es que es difícil encontrar las cosas. A veces nuestra confianza en Dios está escondida debajo del montón de papeles preocupantes que tenemos sobre la mesa, o del montón desordenado de cosas que tenemos pendientes por hacer.
Pero lo peor del desorden es que nos acostumbramos a el, que lo damos por inevitable. Las carreteras deberían ser transitables y las autoridades deberían responsabilizarse de que lo fuesen. Pero como siempre están mal, nos acostumbramos, nos encogemos de hombros, suspiramos y decimos resignados: “las cosas siempre son así”. Ese conformismo es cómplice del estado caótico de las cosas que nos rodean. Y ser cómplice es ser culpable y ser hipócrita.

Pongamos de nuestra parte sin escapar ni tomar el camino fácil, sabiendo que como él ha dicho aunque tomemos “las alas del alba” aún allí estará él. El sentimiento responsable de la presencia constante de Dios en nuestra vida debería ser el mejor acicate para una vida solidaria y de orden.