Ocupando Nuestro Lugar – Cristo para Todas las Naciones

Ya sabemos que vivimos en un mundo de gente insatisfecha que piensa en términos condicionales en lo que respecta a su felicidad. En esta vida se nos enseña que lo importante es tener más que ser. Se nos hace creer que el que más tiene es el mejor aunque su vida sea una piltrafa.

Esto no es nada nuevo. Esa manera de pensar es fruto de una mala adecuación al medio vital fruto de una incapacidad para aceptar el lugar que ocupamos en la vida y en el presente.

Aceptamos sin ninguna crítica que ser el primero es mejor que ser el segundo. Aceptamos que el pasado o el futuro son mejores que el momento presente y nos pasamos la vida huyendo del día a día. Una sociedad insatisfecha es aquella que cree que solo son felices los primeros, que solo ellos reciben el premio, que solo ellos cuentan, que solo ellos triunfan. Nadie se acuerda del que llegó segundo en la carrera, se nos dice. En el fondo de todo está el convencimiento de que lo que importa es el concepto que los demás tengan de nosotros y no de lo que realmente seamos.

Llegar en una carrera el segundo es muy importante aunque “los demás” no le den importancia, porque lo que realmente importa no es el tener sino el ser. Podemos no tener reconocimiento de nuestra labor, pero podemos ser personas responsables y dedicadas que hacen las cosas bien aunque nadie se de cuenta; eso debería bastarnos.

La Escritura nos habla de muchas personas que fueron segundas en su vida y que sin embargo llegaron a ser las que cambiaron el mundo de manera significativa.
Esaú fue el primogénito, pero fue Jacob el que terminó llamándose Israel y siendo el padre del pueblo de Dios. Saúl fue el primer rey de Israel, pero era David el que llevaba en sus entrañas a Jesús. Adán fue el primer hombre, pero Jesús, el segundo Adán, vino a ser Señor y Cristo.

No hay nada de malo en querer ganar una carera, ni en querer ser el primero, lo malo es cuando ello se convierte en un hábito que nos hace anhelar siempre algo nuevo y diferente por el solo hecho de destacar, ser reconocidos y obtener auto gratificación sobre auto gratificación, porque si no, no nos sentimos bien. El deseo cuando se convierte en una costumbre insaciable se convierte en esclavitud. Es entonces cuando saber ser el segundo es mucho mejor que ser el primero.

Cualquier lugar en el que nos pone Dios es un lugar lleno de potencialidades maravillosas, solo hay que saber estar y esperar el tiempo de Dios reposadamente.

Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles:

«Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa.
Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido» (Lc 14:7:11)
Y les decía en su doctrina: Guardaos de los escribas, que gustan de andar con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Éstos recibirán mayor condenación.(Mc 12:38-40)

Siempre me he imaginado a los escribas dándose codazos y haciendo maniobras de todo tipo para ocupar los lugares destacados. Hay personas que para sentirse valoradas precisan estar colocadas en determinados lugares como si de ello dependiese su importancia y auto estima.

El problema no es en realidad el objeto que deseamos sino toda la energía que ponemos en obtenerlo y que nos hace dejar en la cuneta cosas importantes como por ejemplo el tiempo de calidad en familia.

El deseo nos ata al objeto deseado porque creemos que solo si lo conseguimos seremos felices y admirados. Cuando lo conseguimos, perdemos el interés por este objeto y pasamos a desear otra cosa y así nos perpetuamos en una búsqueda inútil que nos hace desgraciados, ansiosos e insatisfechos. Saber ocupar el lugar es en realidad saber ser humilde como Jesús.

Jesús vino detrás de Juan el bautista y se sometió a su bautismo, como siendo su segundo, sin desear otra cosa que someterse a la voluntad de Dios y Dios le declaró desde los cielos su Hijo amado, su profeta al que todos debían oír y le dio un sacerdocio mayor que el de Aarón.

Jesús vino de la tribu de Judá y no le correspondía ser sacerdote porque no era de la tribu de Leví. Su dignidad, su oficio, su autoridad y su lugar en el mundo no procedían, de su cuna ni de su origen tribal sino de su experiencia de Dios, de su obediencia al llamamiento divino y de su relación con Dios. Ese es el LUGAR que importa.

A los ojos de los judíos ortodoxos los bautismos que realizaba Juan en el Jordán eran irritantes, porque ellos pensaban que todos los ritos de purificación debían hacerse en el templo bajo la dirección de los sacerdotes. Además encontraban sus predicaciones provocativas e insultantes. Jesús al hacerse bautizar por Juan se identifica con su mensaje y su ministerio. Jesús era como Juan profeta; el Profeta definitivo. Y fue como profeta que nos enseñó que para relacionarse con Dios íntimamente no es necesario ocupar un determinado y alto lugar, no es necesario ningún sacerdote que haga de intermediario. Simplemente es necesario saber que en el lugar que cada uno ocupa en la vida sin moverse un ápice de allí, recogiéndose en el corazón, en el templo silencioso del alma podemos escuchar al Padre que nos habla en el secreto. Allí en ese lugar lo tenemos todo y ese lugar es cualquier lugar en el que nos encontremos, cualquier situación por la que atravesemos, cualquier oficio que desempeñamos, cualquier dignidad u oprobio por el que atravesemos, no importa, cada uno de ellos es una puerta al Padre que vive en nosotros, cualquier lugar es un buen lugar, porque es el lugar de Dios para nosotros.

Ese es el todo de la vida, ya no hay templos ni lugares, ni dignidades que ocupar o que alcanzar, Dios está en nuestro ser y nos ha dado ya todo lo que necesitamos ¿Por qué movernos de allí? El amor de Dios no depende ni del lugar que ocupamos ni del lugar en el que vivamos. ¿Sabremos ocupar nuestro lugar en la vida aunque seamos segundones? A propósito; para Dios no hay segundones.

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