El Plan de Cada Día – Cristo para Todas las Naciones

La historia del pueblo de Israel es una buena escuela de aprendizaje. Una de entre las muchas lecciones que podemos aprender de ellos es la de cómo evitar el peligro de caer en una falsa religiosidad.

Hace unos días un hermano de la iglesia me invitaba a meditar sobre el pasaje relatado en los evangelios (Mt12:1-8; Mc2:23-28; Lc6:1-5) en el que los fariseos se escandalizan de que los discípulos tomen espigas en el día de reposo. Parte de aquella meditación es la que aparece a continuación.

El Señor nos recuerda allí que la verdadera religión consiste en la misericordia y hace referencia a como David tomó de los panes intocables de la proposición.
Par los fariseos la religión consistía en tener los panes puestos ordenadamente sobre una mesa. Para Jesús, la verdadera religión consistía en comer aquellos panes.

Las espigas han sido hechas por amor para alimentar al hombre y el pan que el hombre hace para alimentarse contiene el amor de Dios. Si nos fijásemos bien en el pan veríamos que esta lleno del sol que alimentó a la semilla, está lleno de la lluvia que la hizo crecer, lleno de la tierra que la incubó. Allí en ese pan está todo eso y mucho más. Sin sol, lluvia o tierra no habría semilla. Dios se ocupa de que el sol salga cada día y que el universo y toda la tierra se mueva, porque está pensando en esa pequeña semillita escondida que luego formará parte del pan que comamos. Cada semilla implica a todo el universo y Dios mueve todo el cosmos para que comamos cada día. Verdaderamente el nos da el pan cotidiano y en ese pequeño acto aparentemente insignificante se implica el movimiento de los planetas y astros. ¡Que gran ocasión tenemos cada vez que comemos un trozo de pan para recordar agradecidamente que él nos ama y desea que no muramos de hambre!
¿Con qué derecho puedo yo escatimar y dejar de compartir el pan de Dios, en el cual Dios implica al universo entero? El hambre es sagrada y la ley es compartir el pan de Dios con el que no lo tiene. El hecho de que Jesús nos haya enseñado a pedir el pan de cada día a Dios, no excluye, sino que incluye a los agentes por medio de los cuales el pan nos es dado. Esto significa que si Dios me da a mí el pan de cada día, yo debo dar el pan de cada día a mi prójimo. De esa forma mi hermano necesitado, mi prójimo o mi enemigo podrán ver a través de mí, la mano del Dios que nos alimenta a todos.
Lo que Dios espera que hagamos con el pan es simplemente comerlo, eso es todo, esa es la ley, porque la única ley que vale es la que da vida. Comer es, o debe ser ya un acto de adoración, porque con cada bocado lo que masticamos es el amor de Dios. Dios disfruta viéndonos comer, y se alegra con el hecho de que cada espiga signifique para nosotros la posibilidad de seguir vivos.
En todo acto de amor hay sacrificio. La pequeña semilla muere, se hace espiga y en su mayor esplendor es triturada y se hace harina para que por medio de su muerte yo pueda vivir. Por eso Jesús escogió para si mismo este precioso nombre: El Pan de Vida.

Si la salvación fuese por la ley, la salvación sería un asunto entre un juez y un reo. Si la salvación fuese una cuestión de méritos, sería una transacción, un asunto entre un comerciante y un comprador. Si nos salvásemos pagando una deuda, sería un asunto entre un usurero y un deudor Pero si la salvación es por la gracia bondadosa de un Padre, entonces la salvación es una cuestión de amor.

Parece que se nos olvida el sentido del verdadero culto, del verdadero sacrificio, de la verdadera ofrenda a Dios. Andar, respirar, comer, dormir y despertar, reír y llorar, descansar y trabajar y cada una de las cosas de la vida cotidiana son actos de adoración que fluyen desde el corazón de un alma que ama a Aquel a quien ha conocido como la fuente de todo amor. Los panes en el templo no estaban allí por un asunto de culto, estaban allí para que todos recordaran que Dios alimenta a su pueblo porque Dios ama a su pueblo y por tanto el pueblo como su Dios debe alimentar al hambriento. La verdadera ofensa consiste en no comer, en no arrancar las semillas. Es el amor lo que hace sagrado al pan. El pan por si mismo es solo pan, si no somos capaces de ver en él el amor de Dios. Lo importante es que ese pan significa que cada día el nos ama y nos da el pan cotidiano. Esa es la ley que Dios se ha impuesta cumplir.
La ley se resume en esto: Amarás a aquel que es Amor y a aquello y a aquellos que son el fruto de su amor.
La corrupción de la ley es que el hombre coma pan sin compartirlo. Dios ha hecho su parte haciendo crecer la espiga, al hombre le toca compartirla con el hambriento sin acapararla.

Estamos acostumbrados a pensar que si viésemos a Dios con nuestros ojos, entonces podríamos conocer a Dios. Pero no es así; no hay ningún ojo que esté capacitado para abarcar su grandeza. Se nos ha repetido una y otra vez que a Dios se le conoce por medio de la sabiduría. Esto ha calado tan profundamente en la iglesia que mandamos a nuestros futuros pastores a que llenen sus cabezas con toda la teología habida y por haber, porque creemos que así ellos conocerán a Dios. Pero no es así. Lo que debería preocuparnos es si los futuros ministros han conocido experimentalmente el amor de Dios de forma que sus vidas transformadas se hayan convertido en un reflejo de ese amor. Pensamos que por medio de ritos y ceremonias sin que esté presente el amor podemos conocer a Dios, pero esto tampoco es verdad.
Solo hay un medio a través del cual se conoce a Dios: el amor.
Dios es Espíritu y parece lógico que haya que adorarle en espíritu para que la adoración sea verdadera. Pues si Dios es amor, solo puede ser desvelado por medio del amor.
El amor es la llave capaz de hacernos ver que la ley es fruto del amor. No es una norma caprichosa de un Dios que siempre está a punto de ofenderse, o que se pasa la eternidad mirando en su cuaderno de leyes tratando de atrapar al hombre en algún fallo.
Para el que ama, el amor es el que guía todas las decisiones, el amor impele a hacer la voluntad de Dios de forma inevitable si se me permite usar esta palabra, es una fuerza mayor que ya no necesita de la ley escrita, ni de códigos de conducta impuestos desde fuera, porque el que ama lleva la ley del amor impresa en el corazón y le brota la ley no escrita desde dentro. El amor nuca puede quebrantar la ley porque el verdadero amor nunca se equivoca.
Dios hace todas las cosas por causa del hombre, y para el hombre; el pan también. Así de hermoso es nuestro Dios.

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