Benignidad – Cristo para Todas las Naciones

La palabra “EPIKEIA” (o epieikeia) aparece pocas veces en el texto del Nuevo Testamento. Por una parte denota tolerancia, que es lo contrario a la intransigencia y por otra un carácter benigno que está dispuesto a conciliar, oír y perdonar.
La tolerancia es una palabra con mala reputación en determinados ambientes religiosos que practican una estricta “tolerancia cero”. Tolerancia, sin embargo, no parece la mejor traducción de la palabra, porque a veces tolerar se interpreta como aceptar sin más, y ese no es el sentido de la epikeia.
Se trata de un término que se usaba en el ambiente jurídico. La ley, a la que se atribuye una cierta ceguera, es letra escrita, código y norma. Lo malo de que la ley sea ciega es que si se aplica ciegamente sin el auxilio de la epikeia hace desaparecer toda esperanza.

La tolerancia de la que deseo hablar se ejerce cuando a pesar de que la letra de una ley impone un castigo, se sobreimpone la epikeia, la benignidad. La esencia misma de la epikeia es la esperanza frente a la letra de la ley.

 

Aunque en el episodio de la mujer hallada en el acto de adulterio (Jn 8) no se emplea esta palabra; si que se pone en práctica.
A pesar de que Moisés mandaba apedrear a tales mujeres, Jesús aplica otra ley que se encuentra por encima de “esa” ley; la benignidad. Esta se fundamenta en primera instancia en el hecho demostrado de que todos somos pecadores. Si esto es así, es lógico que ante el pecado de los demás, que es nuestro propio pecado, seamos benignos aunque sólo sea por la cuenta que nos trae, no resulte que las piedras que estamos tan dispuestos a arrojar terminen por caer sobre nosotros. La epikeia, la benignidad, no es simple tolerancia (Jesús le dice a la mujer que no peque más), es una disposición del corazón que sin hipocresía sabe ponerse en la piel de los demás tratando de comprender.

 

La benignidad nos enseña que cualquier ley puede ser reinterpretada en función del caso. Que la letra de la ley puede ser corregida por amor. Sin la epikeia divina, ninguno de nosotros habría tenido oportunidad alguna delante de Dios.
La benignidad de Dios se llama Jesús. Él se encuentra por encima de la ley, el modifica toda ley implacable y toda acusación irreversible. Si ya no estamos bajo la ley sino bajo el evangelio es por la benignidad de Dios.

De Jesús hemos de aprender, que cuando la ley produce un peso abrumador sobre el ser humano, debe actuar sobre ella el contrapeso de la benignidad. La benignidad, para serlo de verdad, debe producir siempre liberación.

Algunos con fama de santos y sabios la han adquirido por su rigidez e intransigencia. Detrás de todas las hogueras siempre se encuentra alguna de estas personas “sabias”. Todo lo que no sea una aplicación estricta de la ley les suena a “moral situacional”. Siempre están dispuestos a señalar con su dedo en dirección hacia los demás, olvidándose con hipocresía de sí mismos.

Pero la Escritura nos advierte:
¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.
Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.
Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.
Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, BENIGNA, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.
Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.

Santiago 3:13-18

 

Hay una sabiduría fundamentalista que se jacta de santidad pero que en realidad es terrenal, animal y diabólica. Estos términos ciertamente no son suaves, y sin embargo esta “sabiduría” se encuentra en el seno de la iglesia.

¿Por qué no es detectada a tiempo siendo sus síntomas tan absolutamente claros? Si la lengua anda suelta, si hay celos y contiendas y perturbación, aunque sea a causa de las más sagradas leyes allí hay sabiduría diabólica y no celestial.

Todo debe ser estudiado desde la benignidad. No hay sabiduría sin benignidad. En ella descansa la sabiduría verdadera, porque ser benigno quiere decir no tener una actitud acusatoria frente al otro.
Si es fácil distinguir una sabiduría perversa, es también fácil saber cuando hay verdadera sabiduría. Esta sabiduría es la que nos enseñó Jesús; es pura, es decir no tiene mezcla, no tiene intenciones escondidas, ni busca un beneficio inconfesable. Es amable; hace brotar el amor y nos hace dignos de ser amados y capaces de amar. Cuando alguien nos habla con esa sabiduría no nos sentimos acusados, sino amados, restaurados, comprendidos, perdonados y aceptados. Es benigna porque ejerce la actitud de ponerse en el lugar del otro, de comprender su mundo y sus circunstancias. Esta llena de misericordia porque pone el corazón a favor y no en contra del miserable, y no tiene sombras ni letra pequeña que la hagan aparecer como incierta o hipócrita, y porque produce siempre, siempre, siempre paz.

Sabrás que te encuentras delante de un sabio si en su presencia sientes paz. Y sentirás paz, siempre que te encuentres delante de alguien que tiene un corazón benigno como el de Jesús.

La benignidad es un precioso fruto del Espíritu que nos sirve para que podamos convivir sin hipocresías, sin complejos de superioridad, aceptando que somos vulnerables, que no lo sabemos todo, que no poseemos todas las claves de la verdad para dilucidar los asuntos cotidianos.
La benignidad se atreve a decir sin rubor: No se, no estoy seguro, no tengo todos los datos para condenar a nadie. Además aunque se tengan todos los datos, aun si todos ellos acusan sin remedio al culpable, aun así hay lugar para la epikeia.

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Romanos 5:8

A pesar de todo, a pesar de que todos los datos estaban en nuestra contra, Dios usó de epikeia para con nosotros.
¿Podemos nosotros hacer otra cosa con nuestro prójimo?

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